“Esta felicidad debe estar dentro de nosotros mismo; no depende más que de nuestra conciencia, y quizá todavía un poco más de nuestras opiniones, que son las únicas en las que deben apoyarse las instrucciones más firmes de la conciencia” (Julette-El marqués de Sade)
En las próximas semanas me enfrentaré a varias celebraciones familiares; actos sociales en los que mi condición de single será la excepción que confirme la regla general.
Aunque aparentemente pueda resultar la mía una posición incómoda en mi foro interno no solo la considero agradable, sino hoy por hoy la mejor. Supongo que en el corazón de todo hombre y toda mujer reside el intimo anhelo de encontrar ese alma hermana con la que compartir afectos, ilusiones y decepciones, pero ello no puede no debe llevarnos a forzar las cosas. Si uno se empeña desesperadamente en buscar algo es muy probable que termine encontrando algo equivocado; una cosa es encontrar alguien con el que tener sexo y otra muy distinta alguien con el que compartir la vida. Lo normal es que por un acierto haya dos fracasos o bien aparentes o bien camuflados.
No he buscado ser un single, pero no estoy descontento con mi situación y sin cerrar ninguna ventana tampoco estoy ansioso de abrir la puerta; como en tantas cosas de la vida, el estar a gusto con uno mismo es el principio de toda evolución positiva.
Me resulta curioso observar como una sociedad que presuntamente ha evolucionado respecto a las relaciones afectivas y familiares, sigue decididamente llena de prejuicios tradicionales conforme a la sucesión novios-boda-casa-hijos ( en esto el orden de los factores no altera el producto)
¡Cuántos errores se cometen por aplicar este plan!, desde la no aceptación de las tendencias sexuales a disfrazar la insatisfacción de una vida en pareja mezquina y sin ilusión.
Soy un ferviente defensor de la libertad de la persona y por ello, considero que en el campo afectivo y sexual antes de adquirir cualquier compromiso hay que sincerarse con uno mismo y eliminando los factores externos, ver lo que se quiere, se sueña y se desea.
Sin confianza, sin conocer de verdad lo que piensa y desea nuestra compañera, se vive un patético autoengaño; no concibo que dos personas que deciden vivir una relación afectiva puedan no pensarse ni sentirse mutuamente.
Según pasan los años temo más encontrarme con personas que en prioricen más los fines que los medios para escapar de su indeseada condición de soltero. Quizás la soltería como la soledad sean temibles compañeras para la gran mayoría de los humanos, pero a poco que se las comprenda, su compañía es sumamente instructiva y aleccionadora, resulta paradójico que la más difícil compañía sea la propia.
Nunca juzgo ninguna actividad sexual ya sea libre o pagada siempre que sea acordada y voluntaria; pero nunca aceptaré la miserables coacciones afectivas que en nuestra sociedad tanto se prodigan. El sexo se puede comprar, el afecto nunca pues su precio es inasumible.
Brillantemente en una ocasión un amigo señaló: “Deberíamos ser más selectivos con la persona con la que quedamos a tomar un café que con la que follamos”,
Tenia mucha razón, pues en cierta medida, el primer acto puede ser más afectivo que el segundo y sin embargo nos vamos con cualquiera a tomar café.