“No
se puede amar sin libertad, no se puede amar estando prisionero”
(Jorge Bucay)
Hace
unos días leía en el consultorio de una revista un caso que me
llamó la atención. La consulta trataba sobre una chica que se había
enterado de que el marido de una buena amiga, que acababa de tener
una hija, le era infiel. Ella preguntaba si era conveniente decírselo
a su amiga o no. En la respuesta del consultorio después de una
serie de vanas consideraciones se inclinaban por que se lo comentara;
yo también era de la mima opinión.
Precisamente
porque amo la libertad, y aunque “a priori” se pueda pensar lo
contrario, soy radical a la hora de abordar el tema de la
infidelidad, defendiendo la tolerancia cero con la misma.
Parto
de la base de que cuando se establecen relaciones afectivo-sexuales
con otra persona, ambas partes tienen un papel en blanco para definir
esa relación.
Normalmente
toda relación se va definiendo conforme se va desarrollando y muchas
veces, las condiciones en la misma se entienden tácitamente sin
necesidad de que expresamente se señalen; pero ello no nos exime de
su cumplimento.
En
este sentido yo siempre he preferido pasarme por exceso que por
defecto, pues lo “tácito” muchas veces termina siendo confuso y
llevando a malentendidos; siempre es mejor dialogar las cosas que
sobrentenderlas.
En
este “papel en blanco” de las relaciones nada nos impide señalar
si habrá o no exclusividad sexual o afectiva; somos libres de
considerar como queremos funcionar y en cada pareja es conveniente
una forma particular de hacer las cosas; sin que unas fórmulas sean
mejores ni peores. He conocido parejas liberales, que son modélicas
en sus afectos mientras que he visto parejas sumamente mojigatas sin
ningún encanto ni cariño.
Elemento
importante es considerar que en cualquier momento cada uno puede
redefinir las condiciones tácitas o expresas en las que se asienta
la relación, si bien la otra parte también es libre de
renegociarlas, asumirlas o dar el tema por concluido y buscar nuevos
“prados”.
Así
por ejemplo, podemos haber establecido una relación “abierta”
pero llegado el momento considerar la exclusividad como un elemento
asumible, o al revés, pasar de una relación de exclusividad a una
feliz relación abierta.
Es
por esto que si en una pareja no hay exclusividad sexual es
imposible que haya infidelidad pues conforme a lo que he señalado,
si no nos comprometimos ha ser fieles es evidente que no podemos ser
infieles.
Pero
por el contrario, si se ha establecido una relación de exclusividad
y soy infiel, habré sido infiel con el vínculo que establecí con
esa persona, lo que quiere decir que no solo he sido infiel con ella,
sino también con mi mismo, ya que ese vínculo relacional estaba
conformado por nuestras dos voluntades.
De
este razonamiento se concluye la importancia capital que tiene el
compromiso de fidelidad cuando se establece en una pareja, mientras
ellos decidan mantenerlo como tal; una vez producida la infidelidad,
el daño al vínculo y a la confianza de la pareja es muy grave de
forma que si bien es superable, lo es difícilmente.
Si
estoy cansado de hacerlo con Fulanita y la exclusividad sexual con
ella me frustra, lo correcto es hablarlo con ella y ver por donde
puede ir nuestra relación, pero en ningún modo dedicarme a echar
una “cana al aire” con la primera que pueda.
Me
resulta curioso ver aún el machismo que impera en nuestra sociedad,
pues parece que socialmente esta admitido que el hombre pueda tener
sus “líos” mientras que la infidelidad de la mujer esta mucho
peor vista. No hay escusas respecto a temperamento, a debilidades
carnales...etc, la infidelidad donde se produce daña gravemente el
vínculo, y si es consentida sin que la relación sea reconsiderada,
muestra una gran falta de estima por parte del consentidor.
Si
estoy con alguien estoy con ese alguien porque de todos los seres del
mundo he decidido libremente estar con esa persona en concreto, y
ella ha decidido lo mismo respecto a mi; eso es lo bonito y mágico
de toda relación.
Los
celos, los engaños, las infidelidades son mezquinas muestras de
relaciones insanas y de cuanto nos queda a la sociedad y a las
personas por evolucionar en el campo afectivo-sexual.
La
libertad no es hacer lo que a uno le place en cada momento, está en
establecer libremente unas normas y en respetarlas; poner límites
sin más condicionamientos que los de mi propia voluntad. En la
carencia de límites no hay libertad, tan solo esclavitud.
Es
verdad que el deseo y el sexo son poderosos motores capaces de nublar
los sentidos y proponernos para su satisfacción poner en riesgo
muchas cosas, pero es nuestra responsabilidad sobreponernos a ellos y
ser más que unos simples seres concupiscentes. La coartada social de
que “el hombre es infiel por naturaleza” no deja de ser una
tontería absurda que ya va siendo hora de desterrar; los hombres y
las mujeres somos iguales y es por eso que nuestras relaciones
también lo deben de ser.
Una
noche de pasión con una desconocida puede estar bien, pero si ello
pone en riesgo las cientos de noches con la mujer que más deseo en
este mundo... ¿me merece la pena?
Y
si no soy capaz de mantener la exclusividad, lo más sensato es no
poner en el vínculo este elemento, pues yo soy libre junto a la otra
persona de introducirlo o no en nuestra relación, pero si lo pongo,
debo respetarlo.
Pido
disculpas por lo farragoso que puede resultar este texto, pero hay
veces que las apariencias no nos permiten ver los principios y el
tema de la infidelidad trasciende con mucho el simple “morbo”
sexual.