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jueves, 8 de noviembre de 2012

De la infidelidad


“No se puede amar sin libertad, no se puede amar estando prisionero” (Jorge Bucay)

Hace unos días leía en el consultorio de una revista un caso que me llamó la atención. La consulta trataba sobre una chica que se había enterado de que el marido de una buena amiga, que acababa de tener una hija, le era infiel. Ella preguntaba si era conveniente decírselo a su amiga o no. En la respuesta del consultorio después de una serie de vanas consideraciones se inclinaban por que se lo comentara; yo también era de la mima opinión.
Precisamente porque amo la libertad, y aunque “a priori” se pueda pensar lo contrario, soy radical a la hora de abordar el tema de la infidelidad, defendiendo la tolerancia cero con la misma.
Parto de la base de que cuando se establecen relaciones afectivo-sexuales con otra persona, ambas partes tienen un papel en blanco para definir esa relación.
Normalmente toda relación se va definiendo conforme se va desarrollando y muchas veces, las condiciones en la misma se entienden tácitamente sin necesidad de que expresamente se señalen; pero ello no nos exime de su cumplimento.
En este sentido yo siempre he preferido pasarme por exceso que por defecto, pues lo “tácito” muchas veces termina siendo confuso y llevando a malentendidos; siempre es mejor dialogar las cosas que sobrentenderlas.
En este “papel en blanco” de las relaciones nada nos impide señalar si habrá o no exclusividad sexual o afectiva; somos libres de considerar como queremos funcionar y en cada pareja es conveniente una forma particular de hacer las cosas; sin que unas fórmulas sean mejores ni peores. He conocido parejas liberales, que son modélicas en sus afectos mientras que he visto parejas sumamente mojigatas sin ningún encanto ni cariño.
Elemento importante es considerar que en cualquier momento cada uno puede redefinir las condiciones tácitas o expresas en las que se asienta la relación, si bien la otra parte también es libre de renegociarlas, asumirlas o dar el tema por concluido y buscar nuevos “prados”.
Así por ejemplo, podemos haber establecido una relación “abierta” pero llegado el momento considerar la exclusividad como un elemento asumible, o al revés, pasar de una relación de exclusividad a una feliz relación abierta.
Es por esto que si en una pareja no hay exclusividad sexual es imposible que haya infidelidad pues conforme a lo que he señalado, si no nos comprometimos ha ser fieles es evidente que no podemos ser infieles.
Pero por el contrario, si se ha establecido una relación de exclusividad y soy infiel, habré sido infiel con el vínculo que establecí con esa persona, lo que quiere decir que no solo he sido infiel con ella, sino también con mi mismo, ya que ese vínculo relacional estaba conformado por nuestras dos voluntades.
De este razonamiento se concluye la importancia capital que tiene el compromiso de fidelidad cuando se establece en una pareja, mientras ellos decidan mantenerlo como tal; una vez producida la infidelidad, el daño al vínculo y a la confianza de la pareja es muy grave de forma que si bien es superable, lo es difícilmente.
Si estoy cansado de hacerlo con Fulanita y la exclusividad sexual con ella me frustra, lo correcto es hablarlo con ella y ver por donde puede ir nuestra relación, pero en ningún modo dedicarme a echar una “cana al aire” con la primera que pueda.
Me resulta curioso ver aún el machismo que impera en nuestra sociedad, pues parece que socialmente esta admitido que el hombre pueda tener sus “líos” mientras que la infidelidad de la mujer esta mucho peor vista. No hay escusas respecto a temperamento, a debilidades carnales...etc, la infidelidad donde se produce daña gravemente el vínculo, y si es consentida sin que la relación sea reconsiderada, muestra una gran falta de estima por parte del consentidor.
Si estoy con alguien estoy con ese alguien porque de todos los seres del mundo he decidido libremente estar con esa persona en concreto, y ella ha decidido lo mismo respecto a mi; eso es lo bonito y mágico de toda relación.
Los celos, los engaños, las infidelidades son mezquinas muestras de relaciones insanas y de cuanto nos queda a la sociedad y a las personas por evolucionar en el campo afectivo-sexual.
La libertad no es hacer lo que a uno le place en cada momento, está en establecer libremente unas normas y en respetarlas; poner límites sin más condicionamientos que los de mi propia voluntad. En la carencia de límites no hay libertad, tan solo esclavitud.
Es verdad que el deseo y el sexo son poderosos motores capaces de nublar los sentidos y proponernos para su satisfacción poner en riesgo muchas cosas, pero es nuestra responsabilidad sobreponernos a ellos y ser más que unos simples seres concupiscentes. La coartada social de que “el hombre es infiel por naturaleza” no deja de ser una tontería absurda que ya va siendo hora de desterrar; los hombres y las mujeres somos iguales y es por eso que nuestras relaciones también lo deben de ser.
Una noche de pasión con una desconocida puede estar bien, pero si ello pone en riesgo las cientos de noches con la mujer que más deseo en este mundo... ¿me merece la pena?
Y si no soy capaz de mantener la exclusividad, lo más sensato es no poner en el vínculo este elemento, pues yo soy libre junto a la otra persona de introducirlo o no en nuestra relación, pero si lo pongo, debo respetarlo.
Pido disculpas por lo farragoso que puede resultar este texto, pero hay veces que las apariencias no nos permiten ver los principios y el tema de la infidelidad trasciende con mucho el simple “morbo” sexual.